Erase una vez, un rey caprichoso se dejo vencer por su aburrimiento. Ironicamente, este rey comenzó a odiarse a sí mismo, pues este sistema en el que nada divertido pasa se debe a su régimen y buen mandato del que arrasó a todos los rufianes.
Todos estos delincuentes se encontraban en distintas celdas cuadradas agrupadas de cierta manera que al asomarse el rey por la ventana de su dormitorio -en la cima de su palacio- vería una carita feliz.
El rey, agoviado y torturado por la carencia de emoción, estableció una nueva orden: Todos los ladrones se condenaran a muerte y de acuerdo a lo que digan -sea verdad o no- lo colgaran en una de las dos horcas: "LA HORCA DE LA VERDAD" o "LA HORCA DE LA MENTIRA"
El rey se entretubo viendo la muerte de los rufianes hasta que al fin le tocó al último asaltante.
-Dime tus últimas palabras- gritó desde lo alto de su palacio al condenado de abajo.
El condenado, al que ya le habían explicado las reglas, dijo:
-Ustedes me colgaran en la horca de la mentira.- terminó
-¿Eso solo?- preguntaron
El condenado asintió.
Se lo llevaron a tientas a la "Horca de la mentira" hasta que uno de los espectadores, un duque, sugirió.
-¡NO! Si se lo cuelga ahí el habría dicho la verdad y por lo tanto se lo debe colgar en la "Horca de la verdad"-
El condenado fue empujado hasta la otra horca y allí una nueva voz.
-Pero...- dijo para luego agregar confundido -Si se lo cuelga en esa horca significa que dijo la verdad, por lo tanto, tendría razón en que lo colgarían en la horca de la mentira.
Y siguió la lucha de palabras entre todos. El rey se divirtió pensando en cada teoría y nadie se dio cuenta que el condenado escapó y actualmente tiene un blog y se hace llamar Little Boy.