Como siempre, sus ojos castaños se dieron a conocer, sus parpados se separaron por completo y el sujeto despertó.
Como siempre, se levantó luego de una siesta fría por la noche pintada, luego de estar sentado por horas, prisionero de un sueño falso e incansable.
A tientas de algo nuevo, sus ojos buscan una mentira, una señal, algo positivo.
Pero sus ojos encuentran lo mismo y nada más. Sus ojos recorren el paisaje y ven su mundo.
Calles pintadas, gente pintada, felicidad chorreante y fresca. Felicidad falsa, imitada.
Sus ojos se detienen en un sector en especial. Allí estaba ella.
Y sus ojos se quedaron allí, viendo a la muchacha de la pared, de ojos renegridos, falsos, vacíos, pero llenos de sentimientos según quien los mira. Su cabello, obviamente pintado, rubio y chorreante.
Los ojos del muchacho se quedaron fijos en ella, viéndola. A través de sus ojos, le parecía que la muchacha lo era todo, hermosa e inigualable. Creía que era tan especial, que era tan real, que sus texturas serían infinitas y posibles.
Pero recuerda la verdad: ambos, como todo en ese mundo, estaba pintado. Eran prisioneros del arte.
El muchacho comienza a llorar al recordar que lo único real allí, lo único con vida en ese mundo maldito, eran sus ojos... y sus lágrimas.
Como siempre, se levantó luego de una siesta fría por la noche pintada, luego de estar sentado por horas, prisionero de un sueño falso e incansable.
A tientas de algo nuevo, sus ojos buscan una mentira, una señal, algo positivo.
Pero sus ojos encuentran lo mismo y nada más. Sus ojos recorren el paisaje y ven su mundo.
Calles pintadas, gente pintada, felicidad chorreante y fresca. Felicidad falsa, imitada.
Sus ojos se detienen en un sector en especial. Allí estaba ella.
Y sus ojos se quedaron allí, viendo a la muchacha de la pared, de ojos renegridos, falsos, vacíos, pero llenos de sentimientos según quien los mira. Su cabello, obviamente pintado, rubio y chorreante.
Los ojos del muchacho se quedaron fijos en ella, viéndola. A través de sus ojos, le parecía que la muchacha lo era todo, hermosa e inigualable. Creía que era tan especial, que era tan real, que sus texturas serían infinitas y posibles.
Pero recuerda la verdad: ambos, como todo en ese mundo, estaba pintado. Eran prisioneros del arte.
El muchacho comienza a llorar al recordar que lo único real allí, lo único con vida en ese mundo maldito, eran sus ojos... y sus lágrimas.