HISTORIAL DEL PROTAGONISTA

Mi foto
El que se encierra en sus dudas, torturado por la evolución y prisionero de sus pensamientos.
Woody Allen dijo:
"Dios a muerto, Marx a muerto y yo mismo no me siento nada bien"


Marcos Mundstock dijo:
"De cada diez personas que miran la television cinco... son la mitad"


Carlos Nuñez Cortes dijo:
"Hay dos palabras que te abriran muchas puertas: Tire y Empuje"

jueves, 31 de julio de 2008

La vida es seria, negra, horrible y caótica. Pero eso no impide que le responda...
No pasa un solo minuto sin que sufra pero goze de ello, un día en el que me alimente de mi dolor y mi perdida pero aunque me guste me duela.
No se como explicar mi maldición, mi juego, mi juego favorito: la vida.
Porque la vida se maneja al azar, con el caos, con el miedo. Con la sangre, la perdida, la injusticia crecemos. No se si esto me gusta. No se si lo sufro. No se si todo esto a lo que no se temer o querer soy yo. Pero por mas dura que sea la vida siempre le respondo... con una sonrisa.
Te extrañaremos, Heath.

martes, 29 de julio de 2008

Hoy vi Batman y la disfrute a lo grande

La verdad, si.

Me encantó todo el bochorno y la evolución del enmascarado pero en realidad para mi la estrella no fue él. Para mí la estrella fue Joker.

La verdad: El mejor Guasón de la historia, ¡POR DIOS! Risas y destellos. Este es el Joker que piensa pero tambien actua.

Oh, como me encanto este personaje, la revolución de lo viejo y el estilo de la pelicula.

Sin duda algo esta claro, y por un rose: Para mí, las pelis de Batman de Nolan le ganaron a las de Burton y solo por dos cosas: Batman y Guason.

Solo porque Batman esta mas detallado y oscuro (que es lo necesario para este personaje) y porque el guason es algo nuevo, un nuevo estilo, una nueva historia. ¿Recuerdan el Joker de los comics? Con su armita... en cambio este esta con la simple daga y con una gran explicación:

"Las balas son muchas y muy rapidas, pero la daga es de un uso mas lento y uno disfruta"



Por ahora no quisiera decir nada más, solo que extraño a Heath Ledger, el Joker, quien fallecio el 22 de enero de 2008... asi que... GRACIAS HEATH

lunes, 28 de julio de 2008

EL REY Y LAS DOS HORCAS - (PARADOJA)

Erase una vez, un rey caprichoso se dejo vencer por su aburrimiento. Ironicamente, este rey comenzó a odiarse a sí mismo, pues este sistema en el que nada divertido pasa se debe a su régimen y buen mandato del que arrasó a todos los rufianes.

Todos estos delincuentes se encontraban en distintas celdas cuadradas agrupadas de cierta manera que al asomarse el rey por la ventana de su dormitorio -en la cima de su palacio- vería una carita feliz.

El rey, agoviado y torturado por la carencia de emoción, estableció una nueva orden: Todos los ladrones se condenaran a muerte y de acuerdo a lo que digan -sea verdad o no- lo colgaran en una de las dos horcas: "LA HORCA DE LA VERDAD" o "LA HORCA DE LA MENTIRA"

El rey se entretubo viendo la muerte de los rufianes hasta que al fin le tocó al último asaltante.

-Dime tus últimas palabras- gritó desde lo alto de su palacio al condenado de abajo.

El condenado, al que ya le habían explicado las reglas, dijo:

-Ustedes me colgaran en la horca de la mentira.- terminó

-¿Eso solo?- preguntaron

El condenado asintió.

Se lo llevaron a tientas a la "Horca de la mentira" hasta que uno de los espectadores, un duque, sugirió.

-¡NO! Si se lo cuelga ahí el habría dicho la verdad y por lo tanto se lo debe colgar en la "Horca de la verdad"-

El condenado fue empujado hasta la otra horca y allí una nueva voz.

-Pero...- dijo para luego agregar confundido -Si se lo cuelga en esa horca significa que dijo la verdad, por lo tanto, tendría razón en que lo colgarían en la horca de la mentira.


Y siguió la lucha de palabras entre todos. El rey se divirtió pensando en cada teoría y nadie se dio cuenta que el condenado escapó y actualmente tiene un blog y se hace llamar Little Boy.

domingo, 27 de julio de 2008

Carta a una señorita en París

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.
Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)
Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio.
Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.
Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.
Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.
De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)
Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.
Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.
Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.
No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.
Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad.
Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).
A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.
Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.
Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.
Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.
He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.





Escrito por Julio Cortázar

El emperador, la niebla y los muertos



Erase una vez una niebla que rodeó todo el antiguo oriente, sentenciada por los sabios del lugar a causa de un capricho del poderoso rey a no entregar tributo.
Por horas, días, semanas, meses y años, Kyo, el gran rey, se encerró en su casa, alimentándose de lo que encontraba, por no poder seguir su camino al exterior, por aquella maldita niebla de Aquel que nunca muere.

Terminó la niebla al fin y el emperador se secó las lágrimas y el sudor provocados por semejante tortura de cinco años. Sus orificios nasales fueron acariciados por un aire fresco impresionante y las carcajadas triunfantes reinaron como Kyo lo hacía.

Pero duro poco. Por cada rincón un nuevo muerto, por todas partes, todos intentaron salir y no lograron tener suerte, todos murieron y Kyo se volvió en el monarca de la nada.

¿Qué dominar? Se preguntó Kyo y callo arrodillado, llorando irónicamente, la niebla los mató.

Todo por un sacrificio no otorgado al Todopoderoso. Porque, como ya aprendió este emperador, Dioses son aquellos a los que hay que venerar pero con los que uno no podrá contar nunca.

MUNDO GRAFFITI - INTRODUCCIÓN





Como siempre, sus ojos castaños se dieron a conocer, sus parpados se separaron por completo y el sujeto despertó.

Como siempre, se levantó luego de una siesta fría por la noche pintada, luego de estar sentado por horas, prisionero de un sueño falso e incansable.

A tientas de algo nuevo, sus ojos buscan una mentira, una señal, algo positivo.

Pero sus ojos encuentran lo mismo y nada más. Sus ojos recorren el paisaje y ven su mundo.
Calles pintadas, gente pintada, felicidad chorreante y fresca. Felicidad falsa, imitada.

Sus ojos se detienen en un sector en especial. Allí estaba ella.


Y sus ojos se quedaron allí, viendo a la muchacha de la pared, de ojos renegridos, falsos, vacíos, pero llenos de sentimientos según quien los mira. Su cabello, obviamente pintado, rubio y chorreante.
Los ojos del muchacho se quedaron fijos en ella, viéndola. A través de sus ojos, le parecía que la muchacha lo era todo, hermosa e inigualable. Creía que era tan especial, que era tan real, que sus texturas serían infinitas y posibles.

Pero recuerda la verdad: ambos, como todo en ese mundo, estaba pintado. Eran prisioneros del arte.


El muchacho comienza a llorar al recordar que lo único real allí, lo único con vida en ese mundo maldito, eran sus ojos... y sus lágrimas.


sábado, 26 de julio de 2008

IN MEMORY OF CAPTAIN AMERICA

Por última vez el Sol pudo reverberar tu escudo, por orden de Aquel que nunca morirá.

Tus ojos dejaron de ver y caíste al suelo produciendo un ruido sordo que aún así, lamentablemente logramos oír.

Porque, no importa lo que decidan, lo que digan, lo que divulgan, siempre serás nuestro bien, nuestro derecho, nuestra libertad. Siempre serás todo.

Porque un disparo de fuego, impactando y atravesando tu pecho, parando tu respiro para siempre, no nos deja sin esperanza.
Tu caída, amigo mío, es un tropezón del que salimos con la rodilla raspada, pero nos paramos y seguimos de largo. Resistimos, como tu nos enseñaste.

Porque siempre serás aquel que nos dio fuerza, que nos enseñó a crecer y vivir.
Tu siempre serás… Captain América.






HASTA SIEMPRE

jueves, 24 de julio de 2008

TAN SOLO

Quizás no sea el vino
quizás no sea el postre
quizás no sea
no sea nada
pero hay tanta belleza
tirada en la mesa
desnuda toda rebalsada
Apurás el vaso
vas perdiendo el paso
y en la mesa ya no hay nada
Borracha está la puerta
cerraste y quedó abierta
y puedo escuchar tu llamada
Oh! Tan solo...
Oh! Tan solo...
Servida ya tu boca
tan dulce está tu boca
tan dulce con un blues amargo
Un vaso rueda al piso
lento cae al piso
lento y muere en mil pedazos
No quiero dejar que se vean
tus ojos se vean
tan, tan, tan, tan, tristes
habrá sido el destino
o ese vaso de vino
que dijiste:
Oh! Tan solo
Oh! Tan solo
Salta la cuerda, se enreda
y cae de boca
Salta la cuerda, se enreda
y cae de boca
Salta la cuerda
y cae de boca.
Salta la cuerda, se enreda
y cae de boca
Oh! Tan solo
Oh! Tan solo
Los Piojos- Tan Solo
La música que nos gusta nos atrapa, nos aprieta y saca nuestro jugo

miércoles, 23 de julio de 2008

FENOMENOS: MUSICA

Ya se oye cantar a un conjunto de cuerdas, de tambores y demás. La música nos gobierna y envicia.

Ya hay músicas románticas, de persecución, de terror y sus viciados. Gente que hasta es capaz de poner música de fondo mientras escucha música.

Porque la música, junto a otras cosas, es nuestra forma de expresarnos y al sentirla uno se siente consigo mismo.

¿Qué más atractivo que estar con uno mismo? Es que es común, pues el tipo de música que le gusta a uno, es porque va a coro con sus sentimientos, pues no se como decirlo... pero la música es nuestro sentimiento.


La música tiene sus maravillas incoherentes, palabras que giran por la cabeza de uno, quien cree no entenderlas, pero su alma si. Cosa semejante es la música, escapa al entendimiento humano y a una critica coherente. Oh, escuchen los acordes del alma de uno, miren el buen arte que lo representa y lo resalta a la humanidad idiota y distraida de la actualidad.

martes, 22 de julio de 2008

¿EL MUNDO DEL REVES NO ES LO QUE PARECE?

Esto es lo que estuve pensando por largo rato, pues soy de pensar y disfrutarlo. Practicamente es un hobbie extinto.

Mi teoría, de la cual soy creador y conejillo de indias, consiste en que, ya que en el conocido mundo del reves algo es invertido en todo detalle, o practicamente tiene el mismo fin o trata una frase muy ajena a la original.

Para la primera situación esta el ejemplo de "Estoy bien", inviertiendo la palabra bien y cambiando la afirmación a una expresión negativa queda "No estoy mal". Ahora yo digo: ¿Estoy bien y no estoy mal es o no lo mismo?
Pero yo digo, esto funcionó por ser adjetivos. Pero, ya que toda parte se debe invertir el significado, que pasaría con sustantivos como... ni idea... guitarra, poster, moto ¿Cual es su contrario?
Algunos que si pueden modificarse dejan, como dije antes, una frase incoherente que con la anterior no tiene nada que ver.
"El fuego no es caliente" sería "El agua no es fría"
Primero, seguimos la regla de este "mundo maravilloso" y solo obtenemos una frase que no es cierta al 100% y ademas que no tiene nada que ver con la original oración.



¿CONFUSO, NO?

lunes, 21 de julio de 2008

EN MI MENTE PASA CADA COSA QUE ME ASUSTO

La verdad es que es cierto, muchos me dieron concejos -incluso- para evitar que me ocurra esto, para evitar a mi GRAN imaginación, que es tanto mi mejor amiga como mi cuco.

Porque uno mira una peli que se caga hasta los tobillos y le agarra la chiripiorca cuando esta en la cama. ¿Y por qué? Porque la piensa, y la piensa de forma tan brillante y realista ¡Que se caga el solo! Y que irónico.

La verdad es que me dijeron incluso que toda duda, todo temor y toda desconfianza que tengo -entre otras cosas- son a causa de que la re pienso, es decir que pienso en tantas posibilidades que mi imaginacion me encierra en un campo de sentimientos negativos. Wawww.

La verdad, y terminando la primera entrada en la vida de este blog -historico- es que ahora pensandolo, no es mi imaginación la que me da miedo, sino su usuario. YO ME DOY MIEDO.