Erase una vez una niebla que rodeó todo el antiguo oriente, sentenciada por los sabios del lugar a causa de un capricho del poderoso rey a no entregar tributo.
Por horas, días, semanas, meses y años, Kyo, el gran rey, se encerró en su casa, alimentándose de lo que encontraba, por no poder seguir su camino al exterior, por aquella maldita niebla de Aquel que nunca muere.
Terminó la niebla al fin y el emperador se secó las lágrimas y el sudor provocados por semejante tortura de cinco años. Sus orificios nasales fueron acariciados por un aire fresco impresionante y las carcajadas triunfantes reinaron como Kyo lo hacía.
Pero duro poco. Por cada rincón un nuevo muerto, por todas partes, todos intentaron salir y no lograron tener suerte, todos murieron y Kyo se volvió en el monarca de la nada.
¿Qué dominar? Se preguntó Kyo y callo arrodillado, llorando irónicamente, la niebla los mató.
Todo por un sacrificio no otorgado al Todopoderoso. Porque, como ya aprendió este emperador, Dioses son aquellos a los que hay que venerar pero con los que uno no podrá contar nunca.
Por horas, días, semanas, meses y años, Kyo, el gran rey, se encerró en su casa, alimentándose de lo que encontraba, por no poder seguir su camino al exterior, por aquella maldita niebla de Aquel que nunca muere.
Terminó la niebla al fin y el emperador se secó las lágrimas y el sudor provocados por semejante tortura de cinco años. Sus orificios nasales fueron acariciados por un aire fresco impresionante y las carcajadas triunfantes reinaron como Kyo lo hacía.
Pero duro poco. Por cada rincón un nuevo muerto, por todas partes, todos intentaron salir y no lograron tener suerte, todos murieron y Kyo se volvió en el monarca de la nada.
¿Qué dominar? Se preguntó Kyo y callo arrodillado, llorando irónicamente, la niebla los mató.
Todo por un sacrificio no otorgado al Todopoderoso. Porque, como ya aprendió este emperador, Dioses son aquellos a los que hay que venerar pero con los que uno no podrá contar nunca.